Luis J. Mongil Ferrer
Cada mañana al abrir nuestros periódicos, encender la radio, la televisión o insertarnos en el Internet las noticias tanto locales como internacionales nos empujan más y más hacia el borde del precipicio. Nos inundan con información sobre la crisis financiera, el crecimiento desmesurado de la tasa de desempleo, la fuga de talento, el gasto publico desenfrenado, los ingresos gubernamentales en merma, los iconos comerciales en quiebra, la productividad laboral contraída, etc., etc. Todo presagia un “armagedon” universal que cambiara el mundo como hoy lo conocemos.
Los estudiosos de la economía nos plantean una plétora de opiniones basadas en las teorías de consumo, oferta, y demanda, elementos inhibidores del crecimiento económico, eliminación o promoción de créditos contributivos, subir o bajar aquello y, o, eliminar o aumentar lo otro. En fin, todos sustentan posiciones que, como algunos medicamentos, tienen efectos secundarios más serios que la condición para la cual fueron administrados.
Habiendo tenido el privilegio de experimentar empíricamente los ciclos y va y venes de la economía desde la década de los setenta y estando tanto en lado empresarial como en el lado consultivo, he podido aislar un componente común presente en cada periodo de estrechez económica. La única diferencia estriba en la intensidad con que este se inserta.
Se define como la capacidad y deseo de actuar de manera adecuada ante una determinada situación, reforzada con la acción que se ejecute. Esta debe servir como detente a la incertidumbre, la duda y la inseguridad. Con toda probabilidad ya sabrá que este componente no es otro que la confianza. Sirve esta como la base estructural de toda institución y camina de la mano con la determinación de lograr las propias expectativas.
Según el escritor y sociólogo James Coleman, la confianza envuelve la acción de transferir recursos voluntariamente de una persona, grupo o institución a otra, sin que las que los reciba, haga representación de compromiso u obligación.
En nuestro micro mundo de 3,500 millas cuadradas notamos día tras día como vamos perdiendo la confianza en nuestras instituciones, tanto públicas como privadas. Justificamos esta perdida con las acciones desacertadas de nuestros líderes políticos, la improvisación en la política publica ante los retos reales del diario vivir y la demagogia que escuchamos incesantemente ante la falta de soluciones especificas. No obstante, la realidad del caso es que somos nosotros, si, cada uno de nosotros los verdaderos dueños de nuestro destino. Nos es mas fácil criticar que proveer alternativas, mas fácil culpar a otros que reconocer nuestras culpas, mas fácil esperar que otro actúe en vez de promover acción.
Claro que la situación económica mundial es compleja; no creo que alguien esté en desacuerdo con esta realidad. Sin embargo ya es tiempo de salir del letargo, de la queja y de la lamentación. Es tiempo de recoger los pedazos del todo que nosotros mismos hemos descompuesto y comenzar el proceso de rearmar y reconstruir nuestras estructuras. El primer paso para lograr esto es reabastecernos de combustible para impulsar nuestro mundo hacia la prosperidad, el crecimiento colectivo y el mejoramiento de nuestra calidad de vida. Necesitamos convertir un agrio limón en una dulce limonada y el azúcar que lograra este cambio es la confianza. Pensemos y actuemos en conjunto y motivemos a nuestro semejantes a cambiar el paradigma. La realidad de nuestro futuro recae en la capacidad que tengamos en el presente de retomar el control de nuestro.destino. Enfrentémoslo con esperanza, claridad en nuestro pensamiento y confianza en nuestra capacidad de reconstruir. Comencemos con nosotros mismos y digámonos de una vez que somos capaces de enfrentar la adversidad y vencer los obstáculos con el poderosos escudo de la confianza.
Luis J. Mongil Ferrer, CFE
Consultor de Negocios
Puerto Rico
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