Carta de Mons. Lluís Martínez Sistach, Arzobispo de Barcelona
febrero de 2007
Científicos de todo el mundo se han reunido estos días en París y han dado a conocer sus conclusiones. Parece que una de sus afirmaciones fundamentales es que el calentamiento del planeta no es obra de la naturaleza, sino que es responsabilidad del hombre, a causa del llamado “efecto invernadero”. Sin ánimo de entrar en cuestiones científicas, creo que es oportuno recordar el pensamiento de la Iglesia sobre la ecología y sobre el medio ambiente.
Esta doctrina ha adquirido una fuerte relevancia en los últimos años, tanto en los ambientes cristianos como en el de otras religiones. Hasta tal punto que ya se ha creado un importante cuerpo de doctrina, contando con una colaboración con frecuencia de carácter ecuménico.
Creo que en el centro de esta doctrina está el concepto de la responsabilidad del hombre ante la creación, lo que quedaría confirmado por una de las conclusiones del os científicos reunidos en París. Una correcta “conciencia ecológica” ha de tener en cuenta la “dimensión ética”, que ha de caracterizar siempre el desarrollo de los pueblos.
Según la Biblia, Dios puso la creación entera al servicio del hombre y bajo su dominio, hecho expresado en el lenguaje del Génesis porque Adán da nombre a todas las cosas. Es cierto que el Señor confió al hombre el dominio sobre la tierra. Pero no le otorgó una potestad absoluta, sino condicionada. El hombre, al usar los bienes naturales, esta sometido a unas leyes no solamente biológicas, sino también morales.
Como expresión de este pensamiento, es significativo que el “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, dedique todo el capítulo décimo a la “protección del medio ambiente”. Tomando como punto de partida la doctrina bíblica, analiza las relaciones del hombre con el medio ambiente para subrayar que se trata de una responsabilidad común. “la tutela del medio ambiente –dice- constituye un reto para toda la humanidad: se trata del deber, común y universal, de respetar un bien colectivo, destinado a todos”. Es una responsabilidad del momento presente, pero también de una responsabilidad ante las generaciones futuras.
El principio de la destinación universal de los bienes, aplicado al medio ambiente, ofrece una orientación fundamental, para deshacer el nudo complejo y dramático que une crisis ambiental y pobreza. Porque la crisis ambiental actual, señala el Compendio que he citado, golpea particularmente a los más pobres, “ya sea porque viven en tierras que están sujetas a la erosión y a la desertización, o implicados en conflictos armados, u obligados a migraciones forzosas, o bien porque no disponen de medios económicos y tecnológicos para protegerse de las calamidades”.
Por último, deseo subrayar que la protección del medio ambiente ha de encontrar una traducción adecuada en el ámbito jurídico y que en ello tienen una especial responsabilidad los gestores del bien común, aunque no sólo ellos. El tema tiene tanta relevancia como para exigir un esfuerzo por parte todos. Todos hemos de preguntarnos y revisar nuestro estilo de vida para ver si responde al uso razonable, pero también al respeto, de las cosas creadas. No sea que suceda que “el consumismo nos consuma”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario