Carta de D. Antonio Mª Rouco Varela, Cardenal-Arzobispo de Madrid, ante la Campaña contra el hambre, de Manos Unidas.
Desde el principio de la creación Dios contempla todas las cosas creadas y se complace en la obra de sus manos. De modo singular, encuentra su complacencia en los hijos de los hombres. Por su parte, el hombre, la criatura que porta en sí misma la imagen del mismo Dios, se alegra al contemplar la belleza y perfección del cosmos.La creación entera es el jardín que Dios ha regalado al hombre como lugar donde vivir, aún más, el medio ambiente idóneo en el que llevar a cabo su vocación a la bienaventuranza divina. La tierra ha sido dada a los hombres para que, cuidándola y gobernándola, extraigan de ella el alimento necesario para su subsistencia y los demás bienes que deben ayudarles a alcanzar su desarrollo pleno y armonioso. A través de este primer don, se le ha concedido al hombre la ocasión de encontrar a Dios y alabarle como su Creador. Observamos con tristeza, sin embargo, que no siempre ha sido así. El pecado, además de dañar las relaciones con Dios, con los hermanos y consigo mismo, ha oscurecido en el corazón del hombre su capacidad para hallar el verdadero sentido de todo lo creado.Benedicto XVI nos ha recordado, en su reciente encíclica Caritas in veritate, que cuando se entiende la creación y, en primer lugar, la naturaleza humana, como un fruto del azar, se difumina la responsabilidad. Al no asumir que la creación es un don recibido, el hombre pierde la relación con el Creador. En consecuencia, la creación queda rebajada hasta el extremo de no tener un destino mayor que el de ser un puro instrumento de producción y explotación. Es claro que esta visión conduce a inaceptables abusos de la naturaleza, que, como acaba de señalar el Santo Padre en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, de este año, ponen «en serio peligro la disponibilidad de algunos recursos naturales, no sólo para la presente generación, sino sobre todo para las futuras». Por lo demás, la utilización desconsiderada de los bienes de la tierra tiene un innegable efecto negativo, que afecta con singular fuerza a los pueblos menos desarrollados, pues ellos sufren con mayor virulencia las consecuencias del comportamiento egoísta de los países más desarrollados.Por ello, hemos de tomar conciencia, una vez más, de la «urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intergeneracional, especialmente en las relaciones entre países en vías de desarrollo y aquellos altamente industrializados». Esta solidaridad nos invita a revisar seriamente el uso que hacemos de los recursos de la tierra, sin olvidar que han sido dados por Dios para beneficio de todos los hombres, y no para el bienestar y el lucro de unos pocos.
Una grave antinomia
Con motivo de su LI Campaña, bajo el lema Contra el hambre, defiende la tierra, Manos Unidas, asociación pública de fieles de la Iglesia en España para la ayuda al desarrollo, ha querido despertar nuestra conciencia sobre este punto, imprescindible a la hora de trabajar por un desarrollo integral del hombre. La Iglesia, dice Benedicto XVI, «tiene una responsabilidad respecto a la creación y se siente en el deber de ejercerla también en el ámbito público, para defender la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos, y sobre todo para proteger al hombre frente al peligro de la destrucción de sí mismo». Esta defensa de la creación no puede plantearse al margen de los problemas que afectan a la persona humana, centro del cosmos, como habitualmente se hace. Por ello, son especialmente luminosas las palabras del Papa que apuntan a la contradicción de posturas actuales en el campo de la defensa de la ecología cuando no van acompañadas de la defensa de la persona humana: «Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne al ambiente como en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad».Pidamos a Santa María de la Almudena, Reina de todo lo creado, que haga muy fecunda la campaña de Manos Unidas, aliente a todos los que la hacen posible y sirva para que la creación, nacida de las manos del Creador, tienda siempre a Él, cuidada y gobernada por el hombre, que ha recibido de Dios la responsabilidad de respetar su fin último: ser alabanza de Dios y lugar donde el hombre alcance la realización de sí mismo en perfecta comunión con todos los hombres.
Extraído del semanario Alfa y Omega.
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