Esta Navidad, leyendo el libro de Joseph Ratzinger "Y Dios se hizo hombre" (Ed. Encuentro), encontré estos párrafos, extraídos de una homilía:
"En efecto, sigue siendo siempre válida la palabra de Dios revelada por medio del profeta Isaías: "La oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece el Señor y su gloria sobre ti aparece" (Is 60, 2). Lo que el profeta anuncia a Jerusalén se cumple en la Iglesia de Cristo: "A tu luz caminarán las naciones, y los reyes al resplandor de tu aurora" (Is 60, 3).
Con Jesucristo la bendición de Abrahán se extendió a todos los pueblos, a la Iglesia universal como nuevo Israel que acoge en su seno a la humanidad entera. Con todo, también hoy sigue siendo verdad lo que decía el profeta: "Espesa nube cubre los pueblos" y nuestra historia. En efecto, no se puede decir que la globalización sea sinónimo de orden mundial; todo lo contrario. Los conflictos por la supremacía económica y el acaparamiento de los recursos energéticos e hídricos, y de las materias primas, dificultan el trabajo de quienes, en todos los niveles, se esfuerzan por construir un mundo justo y solidario.
Es necesaria una esperanza mayor, que permita preferir el bien común de todos al lujo de pocos y a la miseria de muchos. "Esta gran esperanza solo puede ser Dios, (...) pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano" (Spe salvi, 31), el Dios que se manifestó en el niño de Belén y en el Crucificado Resucitado".
Si el verde es el color de la esperanza, podríamos decir que Cristo es verde, puesto que Él es nuestra Esperanza y la de toda la Creación.
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