El compromiso cristiano con la defensa del medio ambiente tiene respaldo en las enseñanzas de la iglesia católica. El 29 de noviembre de 1979, el papa Juan Pablo II promulgó una bula: “Nombramos a San Francisco de Asís celestial patrono de los ecologistas, con todos los honores anejos y con los privilegios litúrgicos correspondientes, sin que obste nada en contrario. Así lo ordenamos, mandando que las presentes Letras sean observadas religiosamente y que tengan sus efectos tanto ahora como en el futuro.
”Con esta bula, la iglesia católica invitaba a sus fieles a imitar la vida del santo que optó por vivir en paz con sus hermanos y con la creación. Para San Francisco, la tierra es “hermana tierra” y el agua y el viento son “hermanos”. Todo lo contrario a la enemistad que instaló la racionalidad instrumental occidental para la cual la naturaleza es reductible a la categoría de “recursos”, es decir simples bienes económicos que pueden ser explotados para generar riqueza sin importar qué se destruye: atmósfera, suelos, ríos, mares o selvas.
El nombramiento de San Francisco como “patrono de los ecologistas”, se inscribe además en el esfuerzo que la iglesia católica está haciendo para comprender la crisis ecológica. Escribía Juan Pablo II: “Si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas. Sobre todo en nuestro tiempo, el hombre ha devastado sin vacilación llanuras y valles boscosos, ha contaminado las aguas, ha deformado el hábitat de la tierra, ha hecho irrespirable el aire, ha alterado los sistemas hidrogeológicos y atmosféricos, ha desertizado espacios verdes, ha realizado formas de industrialización salvaje, humillando el jardín que es la tierra, nuestra morada… En nuestros días aumenta cada vez más la convicción de que la paz mundial está amenazada, además (…) por la falta del debido respeto a la naturaleza, la explotación desordenada de sus recursos y el deterioro progresivo de la calidad de la vida. Esta situación provoca inestabilidad e inseguridad que a la vez promueven formas de egoísmo colectivo, acaparamiento e irresponsabilidad.
”Estas enseñanzas orientan la acción profética de los cristianos para denunciar comportamientos y discursos que justifican los daños ecológicos y las violaciones de derechos como está ocurriendo con las madereras y la contaminación de las petroleras en la selva, o con las mineras en los andes en una lógica que permite que las riquezas sean apropiadas por unos pocos mientras que la pobreza y la contaminación se quedan.Juan Pablo II también enseñaba que “La contaminación o la destrucción del ambiente son frutos de una visión reductiva y antinatural, que configura a veces un verdadero y grave desprecio del hombre”.
Efectivamente, cómo no relevar esta aguda afirmación, en un contexto en que la política económica de los gobiernos centrales viene imponiendo actividades industriales como la minería o el petróleo por sobre los derechos de las poblaciones locales y cuando las comunidades nativas, indígenas y campesinas que buscan ser oídas y respetadas están siendo reprimidas y criminalizadas.
Lo que se evidencia en profundidad, es que en la raíz de los conflictos sociales alrededor de los conflictos ambientales, está el desprecio por la vida, las opiniones, la cultura y el derecho a consulta (previa, libre e informada) de las poblaciones; así como las enormes distancias que separan a los gobernantes y muchos medios de comunicación del sentir de las poblaciones.
El “Documento de Aparecida”, redactado en la reunión de Obispos, que contó con la animadora presencia del Papa, tuvo lugar en el Santuario Nacional de la Virgen de Aparecida en Brasil, en el mes de mayo de 2008. Este documento delinea un rasgo original de nuestra Iglesia. Sencillamente porque afianza la identidad cristiana en América Latina y el Caribe; manifiesta el rostro propio de la iglesia latinoamericana en la universalidad de la Iglesia Católica; traza caminos de misión y evangelización y decide una misión continental. También podríamos decir, que Aparecida impulsa una comunidad regional de naciones. No olvidemos que América Latina y el Caribe representa un aporte del 43% del catolicismo mundial.
Respecto al cuidado del Medio Ambiente, un primer punto resulta alentador, puesto que los pastores nos dicen que en América Latina y el Caribe cada vez más crece una conciencia ecológica. La naturaleza es una herencia gratuita que hemos recibido sin hacer nada previamente. Es un don, en el sentido estricto. Pero un don que reclama responsabilidad y cuidado. “Antes que sea demasiado tarde” prevenía con proféticas palabras el Papa .
Pero los pastores advierten que las generaciones venideras tienen pleno derecho a recibir un mundo potable, habitable, sano y no un planeta con aire contaminado y aguas sucias. (Cfr. nº 471). Las intervenciones sobre los recursos naturales no pueden significar un predominio de intereses económicos, en perjuicio de pueblos enteros y el futuro de un país. Felizmente, dicen los obispos, en algunas escuelas católicas se ha comenzado a introducir una disciplina que educa en la responsabilidad ecológica.
Pero quizá la expresión más contundente, sin residuos, del documento de Aparecida respecto a este tema sea esta: “La riqueza natural de América Latina y el Caribe experimentan hoy una explotación irracional que va dejando una estela de dilapidación, e incluso de muerte, por toda nuestra región”. (nº 473).
Claro, a esta realidad no se ha llegado de la nada. El modelo económico que privilegia el desmedido afán de riqueza por encima de la vida de las personas y los pueblos, es el motor de esta situación. La devastación de bosques por ejemplo, pone en peligro el hábitat de lo campesinos e indígenas que son expulsados del campo para vivir en los cinturones de miseria de las grandes ciudades. “No podemos dejar de mencionar los problemas que a causa de una industrialización salvaje y descontrolada de nuestras ciudades y del campo, que va contaminando el ambiente con toda clase de desechos orgánicos y químicos” (n º473).
¿Qué Hacer? 1) Empeñar esfuerzos en la promulgación de políticas públicas y participaciones ciudadanas que garanticen la protección, conservación y restauración de la naturaleza. 2) También otra idea clave: buscar un modelo de desarrollo alternativo, integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad social de la empresa y la preocupación por una auténtica ecología natural y humana, fundada en los cimientos de la justicia, la solidaridad y el destino universal de los bienes. Esta propuesta, como se ve, es superadora de una lógica utilitarista e individualista de cortos alcances. 3) Idear medidas de monitoreo y control social sobre la aplicación en los países de los estándares ambientales internacionales (Cfr nº 474).
P. Jose Juan Garcia
Tomado de: diariodeecologia.com
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