Carta de Mons. Lluís Martínez Sistach, Arzobispo de Barcelona
Julio 2007
La lucha contra el cambio climático ha sido uno de los puntos destacados de la reunión que celebraron en Alemania, el pasado mes de junio, los ocho países más industrializados del mundo -grupo conocido como el G8-, con la participación también de Rusia. Los ocho países coincidieron en la necesidad de reducir a la mitad los gases contaminantes antes del 2050. Por el momento no se tomaron compromisos concretos, pero se han puesto las bases para comenzar a discutir cómo se ha de hacer esta reducción, según explicó la canciller alemana Ángela Merkel.Evidentemente, los compromisos han sido pocos y a largo plazo, pero hay que tener presente que se ha logrado el compromiso de países como Estados Unidos, que hasta ahora siempre se ha negado a fijar un límite a la emisión de gases. El G8, en esta reunión, también se reunió con los cinco países emergentes más importantes del mundo (China, India, México, Brasil y Sudáfrica) para convencerles de la necesidad de unirse a la lucha contra el cambio climático.Cito estos hechos para recordar que la salvaguardia de la creación es una de las exigencias de la visión cristiana del mundo. Por esto, ha aumentado la sensibilidad de todas las confesiones cristianas ante los problemas planteados por un desarrollo insostenible y para no comprometer el equilibrio ecológico.La doctrina social de la Iglesia ha desarrollado un cuerpo doctrinal sobre el respeto a la naturaleza. Benedicto XVI lo dice explícitamente en su primera exhortación apostólica dirigida a toda la Iglesia: "La fundada preocupación por las condiciones ecológicas en que se encuentra la creación en muchas partes del mundo encuentra motivos de tranquilidad en la perspectiva de la esperanza cristiana, que nos compromete a actuar responsablemente en defensa de la creación".En efecto, como enseña el Santo Padre en este documento, en la relación entre la Eucaristía y el universo descubrimos la unidad del plan de Dios y se nos invita a descubrir la relación profunda entre la creación y la nueva creación, inaugurada con la resurrección de Jesucristo, el nuevo Adán. Porque no podemos olvidar que se da una maravillosa armonía entre el orden de la creación y el orden de la salvación, ya que es el mismo Dios el que crea y el que salva.De todas maneras, como enseñó el Concilio Vaticano II, la esperanza en un cielo nuevo y una tierra nuevas no nos ha de llevar a disminuir nuestro compromiso en favor de este cielo nuestro -la atmósfera terrena- y esta tierra nuestra que para el creyente son un don amoroso de Dios a la humanidad. "La creación -dice también Benedicto XVI- no es una realidad neutral, mera materia que se puede usar indiferentemente siguiendo el instinto humano. Más bien forma parte del plan bondadoso de Dios, por el que todos nosotros estamos llamados a ser hijos e hijas en el Unigénito de Dios, Jesucristo."El tiempo de verano y las vacaciones propician un contacto más intenso con la naturaleza. Para el creyente es una oportunidad para alabar a Dios y admirar la belleza de su obra, no sólo en sus grandes manifestaciones naturales, sino también en las obras más pequeñas, como una flor, una hierba o la policromía de un fruto.
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