Carta de Vicente Jiménez Zamora, Obispo de Osma-Soria
Marzo 2007
El primer libro de la Biblia define al hombre como imagen de Dios. Pero tal definición no convierte al hombre en la instancia delegada de un poder autocrático para abusar de la naturaleza, sino en el garante y custodio de la buena marcha de la Creación. En todo caso, es Dios, no el hombre, el único Señor de la Creación, ante el cual el hombre deberá responder de su gestión y administración.En las encíclicas sociales del Papa Juan Pablo II: Sollicitudo rei socialis (n. 26) y en la Centésssimus annus (nn. 37-38), se habla de que el respeto a la naturaleza reclama la necesidad de una ecología humana, que ayude a entender no sólo la tierra sino también el hombre como don de Dios, y la necesidad de una “ecología social”. El progreso de la técnica y el desarrollo de la naturaleza exigen un cultivo proporcionado de la dimensión moral y ética. La crisis ecológica es un problema también moral. Por eso la Ecología está exigiendo la “Ecoética”.El futuro de la Creación es, además, una invitación a la solidaridad y a la fraternidad. Las cosas creadas pueden convertirse en arma arrojadiza. Pero pueden y deben convertirse en ofrenda y en regalo. Tal modificación de significado no depende del cosmos, sino del hombre que lo habita, lo modifica y le otorga una significatividad. Si el hombre ha nacido del amor y en el amor encuentra su plenitud, la solidaridad humana que el amor genera y orienta pasa también por el respeto a la naturaleza.Nuestra sociedad, a pesar del desarrollo social y progreso económico, sigue generando nuevas formas de pobreza, hombres marginados, a veces, hasta desesperados. Pensemos, por ejemplo, en algunos inmigrantes que vienen a nuestra tierra. Hoy estamos invitados, desde la humanidad, la fe y el amor, a realizar gestos de generosidad, que pongan al servicio de los más pobres, los bienes y recursos que la técnica y el trabajo ponen en nuestras manos, sin miedo a empobrecernos y en aras de un amor solidario y fraterno.Hay que entrar en comunión con la Creación y el Creador a través de la contemplación, la soledad y el silencio. Ese hábito tan necesario en nuestra sociedad tan ruidosa y aturdida. Resulta difícil en nuestra época crear zonas de soledad y espacios de silencio, inmersos como estamos en el trajín de nuestras ocupaciones, en el bullicio de los acontecimientos, en el reclamo de los medios de comunicación social. Por eso encontramos no pocos obstáculos para la paz interior y los pensamientos, que deben caracterizar la existencia del hombre. Es difícil, pero también es posible lograrlo. Nuestra fe cristiana nos enseña a aceptar al Creador como Padre; a los hombres como hermanos; y a vivir el señorío bíblico sobre la Creación y la naturaleza. Es el esquema de un cambio de cultura y de modelo de existencia orientadas por la paz y el amor.
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