Señor,
en ti vivimos, nos movemos y existimos:
concédenos la lluvia necesaria,
a fin de que ayudados con los bienes de la tierra,
anhelemos con más confianza los bienes del cielo.
Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén
miércoles, 10 de junio de 2009
Cuidado de la Naturaleza
Carta de Mons. José Sánchez González, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
Agosto 2005
El terrible incendio del pasado 16 de julio en los bosques del Ducado de Medinaceli y del Alto Tajo, además de causar once muertos, redujo en pocos días a un negro desierto de cenizas lo que durante siglos había sido una preciosa mancha verde de pinares y de otras especies arbóreas propias de la zona.
Atravesar la zona afectada o contemplar las imágenes tomadas desde el aire produce un sentimiento de desolación y de tristeza por lo que tiene de pérdida difícilmente recuperable de un precioso patrimonio natural y por el cambio de un bello paisaje lleno de vida en un escenario de silencio y de muerte.
Excelente ocasión la que nos brindan este tétrico panorama y el incendio que lo ha causado para reflexionar sobre el trato que damos y el que debemos dar a la naturaleza. Y ¿qué mejor tiempo que el verano, estación en la que más disfrutamos de la naturaleza y en la que también más la maltratamos y abusamos de ella?
El verano es también el tiempo de más incendios. A las favorables condiciones para el fuego, propias del tiempo, como la sequía, el calor y el viento, se unen la imprudencia, los descuidos y, por desgracia, con demasiada frecuencia, la acción de personas desequilibradas o maliciosas.
Todo esto nos obliga a hacer una llamada a la responsabilidad en nuestra relación con la naturaleza. Además de las razones naturales y obvias de que no somos sus dueños, sino sólo administradores, de que ha de servir para nuestro beneficio y disfrute y también para las siguientes generaciones, los creyentes tenemos especiales razones para mantener con la naturaleza un trato adecuado. Porque creemos que Dios es su Creador y Señor y nos ha mandado cuidarla y servirnos de ella; porque toda la naturaleza, junto con las personas, están destinadas a llegar a su plenitud según el designio de Dios…
Nuestra fe es la mejor fuente y el mejor camino para una sana ecología. Ésta ha de estar lejos de dos extremos o tentaciones en las que podemos caer; a saber, una cierta divinización de la naturaleza, que tiende a convertirla en una especie de absoluto e intocable, dejando la naturaleza a sus propias fuerzas. "No tocar nada" "No arrancar una planta". "Nunca talar un árbol". En el otro extremo se sitúan los que abusan de la naturaleza en provecho propio como dueños absolutos, como si todo les fuera lícito y como si sólo ellos fueran los destinatarios de sus beneficios.
Tradicionalmente han sido los agricultores y los pastores los encargados de cuidar la naturaleza. Entre otras razones, porque sabían que sólo cuidándola tenían asegurados por ella, si el clima y otros factores acompañaban, los necesarios recursos de los que dependían ellos y sus familias. Aunque, como todo ser humano, habrán cometido fallos; pero de ellos podemos aprender mucho en el cuidado de la naturaleza.
En estos días, con ocasión del incendio en nuestra provincia, hemos oído todos frases como que "el fuego en el bosque se apaga en el invierno", significando el necesario cuidado en la limpieza del bosque y de los cortafuegos, del aprovisionamiento de agua y de la disposición de otros recursos humanos y materiales adecuados para apagar el incendio, si surge. En los habitantes de los pueblos hemos tenido ocasión de admirar sus conocimientos, su sabiduría, su trabajo abnegado, su tesón y su prudencia, combatiendo las llamas contra las que, en ocasiones, han luchado en soledad durante muchas horas.
Que el contacto con la naturaleza y con quienes habitualmente viven más integrados en ella y el recuerdo de la palabra de Dios, que nos habla del destino de la naturaleza y de nuestra relación con ella, nos ayuden a encontrar el justo equilibrio para una sana y solidaria ecología.
Agosto 2005
El terrible incendio del pasado 16 de julio en los bosques del Ducado de Medinaceli y del Alto Tajo, además de causar once muertos, redujo en pocos días a un negro desierto de cenizas lo que durante siglos había sido una preciosa mancha verde de pinares y de otras especies arbóreas propias de la zona.
Atravesar la zona afectada o contemplar las imágenes tomadas desde el aire produce un sentimiento de desolación y de tristeza por lo que tiene de pérdida difícilmente recuperable de un precioso patrimonio natural y por el cambio de un bello paisaje lleno de vida en un escenario de silencio y de muerte.
Excelente ocasión la que nos brindan este tétrico panorama y el incendio que lo ha causado para reflexionar sobre el trato que damos y el que debemos dar a la naturaleza. Y ¿qué mejor tiempo que el verano, estación en la que más disfrutamos de la naturaleza y en la que también más la maltratamos y abusamos de ella?
El verano es también el tiempo de más incendios. A las favorables condiciones para el fuego, propias del tiempo, como la sequía, el calor y el viento, se unen la imprudencia, los descuidos y, por desgracia, con demasiada frecuencia, la acción de personas desequilibradas o maliciosas.
Todo esto nos obliga a hacer una llamada a la responsabilidad en nuestra relación con la naturaleza. Además de las razones naturales y obvias de que no somos sus dueños, sino sólo administradores, de que ha de servir para nuestro beneficio y disfrute y también para las siguientes generaciones, los creyentes tenemos especiales razones para mantener con la naturaleza un trato adecuado. Porque creemos que Dios es su Creador y Señor y nos ha mandado cuidarla y servirnos de ella; porque toda la naturaleza, junto con las personas, están destinadas a llegar a su plenitud según el designio de Dios…
Nuestra fe es la mejor fuente y el mejor camino para una sana ecología. Ésta ha de estar lejos de dos extremos o tentaciones en las que podemos caer; a saber, una cierta divinización de la naturaleza, que tiende a convertirla en una especie de absoluto e intocable, dejando la naturaleza a sus propias fuerzas. "No tocar nada" "No arrancar una planta". "Nunca talar un árbol". En el otro extremo se sitúan los que abusan de la naturaleza en provecho propio como dueños absolutos, como si todo les fuera lícito y como si sólo ellos fueran los destinatarios de sus beneficios.
Tradicionalmente han sido los agricultores y los pastores los encargados de cuidar la naturaleza. Entre otras razones, porque sabían que sólo cuidándola tenían asegurados por ella, si el clima y otros factores acompañaban, los necesarios recursos de los que dependían ellos y sus familias. Aunque, como todo ser humano, habrán cometido fallos; pero de ellos podemos aprender mucho en el cuidado de la naturaleza.
En estos días, con ocasión del incendio en nuestra provincia, hemos oído todos frases como que "el fuego en el bosque se apaga en el invierno", significando el necesario cuidado en la limpieza del bosque y de los cortafuegos, del aprovisionamiento de agua y de la disposición de otros recursos humanos y materiales adecuados para apagar el incendio, si surge. En los habitantes de los pueblos hemos tenido ocasión de admirar sus conocimientos, su sabiduría, su trabajo abnegado, su tesón y su prudencia, combatiendo las llamas contra las que, en ocasiones, han luchado en soledad durante muchas horas.
Que el contacto con la naturaleza y con quienes habitualmente viven más integrados en ella y el recuerdo de la palabra de Dios, que nos habla del destino de la naturaleza y de nuestra relación con ella, nos ayuden a encontrar el justo equilibrio para una sana y solidaria ecología.
La maravillosa obra de la creación
Carta de Mons. Lluís Martínez Sistach, Arzobispo de Barcelona
Mayo 2006
La primavera permite contemplar con mayor facilidad y realismo la exuberancia de la naturaleza y la maravillosa obra de la creación. Desde su origen, la creación es como una cuna que espera el nacimiento del hombre. El universo, a la vez indómito y hospitalario para el hombre, le ofrece el medio donde poder vivir, pero también donde ha de morir. El hombre está llamado a hacer el mundo más humano.El mundo es hermoso. Esa belleza procede de su apertura a Aquel hacia el cual el hombre ha sido orientado. El mundo no está hecho para girar sobre sí mismo. Ha sido hecho para Cristo, ya que "el Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos”.Sin embargo, la creación ha sido confiada al hombre; todos los seres le han sido entregados para que viva, se sirva de ellos, haga fructificar la tierra y alabe al Creador. Toda la creación ha sido entregada al hombre: "Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios", afirma el apóstol Pablo.La Biblia relata la creación de una manera poética, con un optimismo que contrasta con las narraciones de las religiones antiguas. A la luz de la fe en el Dios de la Alianza, el pueblo de Israel nos explica el origen del hombre. "En el principio, Dios creó el cielo y la tierra". Estas son las primeras palabras de la Biblia. Dios lo creó todo "con su palabra". "Con su aliento" dio vida al hombre, al que formó del barro de la tierra. El barro es el símbolo de la fragilidad del hombre; y el aliento, el símbolo de la vida. "Los creó hombre y mujer, a su imagen y semejanza", puesto que el hombre y la mujer son dueños de todo el universo en la medida en que son imagen de Dios; es decir, gobiernan el mundo con inteligencia y amor.La Biblia y la ciencia proponen dos perspectivas del mundo y de los hombres. La Biblia se interesa en el por qué de las cosas. La ciencia se pregunta por el cómo. Son dos perspectivas diferentes, pero complementarias, e incluso convergentes. La Biblia revela a los hombres el sentido de su existencia a fin de orientar la vida del creyente.El hombre colabora en la creación que es obra de Dios. Descubre las riquezas ocultas de la creación, inventa y halla constantemente nuevas posibilidades latentes en ese universo que Dios le ha confiado. En esto es imagen de su Creador. Pero el hombre, ¿puede permitirse todo aquello de lo que es capaz? De esa pregunta nace la moral. La inventiva del hombre ha de regirse por la ley del amor que recibe de Dios.El autor del Génesis habla del pecado original. El paraíso representa la felicidad inicial que Dios ha otorgado a Adán y Eva. Todo les ha sido dado. Pueden comer del fruto de todos los árboles, menos del "árbol del conocimiento del bien y del mal". He ahí su límite. El hombre no es el origen ni de sí mismo ni de su conciencia moral. No es él quien decide soberanamente sobre el bien y el mal, pero el hombre quiere ser como Dios y por esto se sirve del fruto del árbol que Dios se había reservado. El hombre actúa contra Dios y opta por comportarse sin Dios. Mediante el bautismo, el cristiano renace a la vida nueva en Cristo. Es liberado del pecado original, porque habita en él el Espíritu de Dios, que le ayuda a vivir del amor mismo de Dios.
Mayo 2006
La primavera permite contemplar con mayor facilidad y realismo la exuberancia de la naturaleza y la maravillosa obra de la creación. Desde su origen, la creación es como una cuna que espera el nacimiento del hombre. El universo, a la vez indómito y hospitalario para el hombre, le ofrece el medio donde poder vivir, pero también donde ha de morir. El hombre está llamado a hacer el mundo más humano.El mundo es hermoso. Esa belleza procede de su apertura a Aquel hacia el cual el hombre ha sido orientado. El mundo no está hecho para girar sobre sí mismo. Ha sido hecho para Cristo, ya que "el Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos”.Sin embargo, la creación ha sido confiada al hombre; todos los seres le han sido entregados para que viva, se sirva de ellos, haga fructificar la tierra y alabe al Creador. Toda la creación ha sido entregada al hombre: "Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios", afirma el apóstol Pablo.La Biblia relata la creación de una manera poética, con un optimismo que contrasta con las narraciones de las religiones antiguas. A la luz de la fe en el Dios de la Alianza, el pueblo de Israel nos explica el origen del hombre. "En el principio, Dios creó el cielo y la tierra". Estas son las primeras palabras de la Biblia. Dios lo creó todo "con su palabra". "Con su aliento" dio vida al hombre, al que formó del barro de la tierra. El barro es el símbolo de la fragilidad del hombre; y el aliento, el símbolo de la vida. "Los creó hombre y mujer, a su imagen y semejanza", puesto que el hombre y la mujer son dueños de todo el universo en la medida en que son imagen de Dios; es decir, gobiernan el mundo con inteligencia y amor.La Biblia y la ciencia proponen dos perspectivas del mundo y de los hombres. La Biblia se interesa en el por qué de las cosas. La ciencia se pregunta por el cómo. Son dos perspectivas diferentes, pero complementarias, e incluso convergentes. La Biblia revela a los hombres el sentido de su existencia a fin de orientar la vida del creyente.El hombre colabora en la creación que es obra de Dios. Descubre las riquezas ocultas de la creación, inventa y halla constantemente nuevas posibilidades latentes en ese universo que Dios le ha confiado. En esto es imagen de su Creador. Pero el hombre, ¿puede permitirse todo aquello de lo que es capaz? De esa pregunta nace la moral. La inventiva del hombre ha de regirse por la ley del amor que recibe de Dios.El autor del Génesis habla del pecado original. El paraíso representa la felicidad inicial que Dios ha otorgado a Adán y Eva. Todo les ha sido dado. Pueden comer del fruto de todos los árboles, menos del "árbol del conocimiento del bien y del mal". He ahí su límite. El hombre no es el origen ni de sí mismo ni de su conciencia moral. No es él quien decide soberanamente sobre el bien y el mal, pero el hombre quiere ser como Dios y por esto se sirve del fruto del árbol que Dios se había reservado. El hombre actúa contra Dios y opta por comportarse sin Dios. Mediante el bautismo, el cristiano renace a la vida nueva en Cristo. Es liberado del pecado original, porque habita en él el Espíritu de Dios, que le ayuda a vivir del amor mismo de Dios.
El drama del hambre
Mons. Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos
Noviembre 2006
Lo dijo el Papa hace dos domingos: «Ochocientos millones de personas viven en una situación de desnutrición». Y añadió: «Demasiadas personas, especialmente niños, mueren de hambre» Se le hiela a uno la sangre con sólo escribir estas cifras. Porque es mucho el dolor que hay detrás de ellas. Dolor de quienes sufren la malnutrición y el hambre y de quienes se sienten impotentes para remediarlas. Sobre todo, cuando las víctimas son niños, ancianos y enfermos.Es fácil echar la culpa a Dios y escandalizarse de que permita estas cosas. Pero es más justo y sensato cargar con el peso de nuestra responsabilidad personal y social. Dios ha creado un mundo con recursos sobreabundantes para que a nadie le falte lo necesario para llevar una vida digna. Sobran bienes de producción y de consumo para todos los que vivimos en el mundo y para muchos más. Lo sabemos incluso los que no somos expertos en la materia. ¿Qué ocurre, entonces? Algo muy sencillo: Que los recursos son muy grandes, pero son todavía mayores las injusticias y la corrupción. «La mayor parte de los recursos del planeta se destinan a una minoría de la población». Son también palabras del Papa. Con este esquema, poco o nada se puede hacer. Si unos pocos se apropian de la inmensa mayoría de los bienes, no es extraño que la malnutrición, el hambre, la enfermedad y la muerte se enseñoreen del mundo.Juan Pablo II habló de «pecados que claman al cielo». El hambre de los inocentes y de los niños, cuando se provoca expresamente aunque sea de modo indirecto, es uno de ellos. ¿Cómo no va a clamar al Cielo que un quinto de la población se aproveche del ochenta por ciento de los bienes de la tierra y que se empleen en armamentos y guerras lo que Dios ha destinado a llenar de pan, de cultura, de bienestar las mesas de sus hijos hambrientos?Hay causas estructurales que están ligadas al sistema de la economía mundial. Para ello, es preciso cambiar la orientación del desarrollo mundial, de modo que no sean las leyes del neoliberalismo y del neoindividualismo quienes dinamicen las fuerzas económicas y sociales, sino las de la justicia, la solidaridad y el bien común. Los Gobiernos tienen aquí una enorme responsabilidad. Porque son ellos, quienes con sus acciones y omisiones, más contribuyen a que se trasvasen a las generaciones actuales y venideras problemas que ya deberían estar resueltos. No deberían excluir que pasen a la historia como los responsables de futuras revoluciones violentas. Pues la Televisión lleva hoy a todos los rincones situaciones enormemente diferenciadas y, por ello, irritantes y provocadoras. Junto a los Gobiernos, los trabajadores de los medios de comunicación. Es verdad que tantas veces no les resulta fácil ser veraces y creadores de una sana opinión pública. Porque el neoliberalismo se ha adueñado de ellos. Pero esta dificultad no les exime de su propia responsabilidad.Las familias tienen también unas responsabilidades específicas. Es preciso que inviertan el estilo de vida que impera actualmente. De modo que los hijos y los jóvenes sean educados sin tantos caprichos, con más sobriedad, con menos exigencias de cosas no necesarias, con mayor implicación en los sufrimientos ajenos, con un horizonte donde se valore más a las personas por sus virtudes humanas que por sus posesiones o triunfos.Los cristianos del siglo veintiuno tenemos aquí un panorama tan exigente como apasionante. El «tuve hambre y me disteis de comer», lejos de haberse borrado del evangelio, sigue gritándonos que será uno de los criterios con los que Dios juzgará nuestro paso por la tierra.
Noviembre 2006
Lo dijo el Papa hace dos domingos: «Ochocientos millones de personas viven en una situación de desnutrición». Y añadió: «Demasiadas personas, especialmente niños, mueren de hambre» Se le hiela a uno la sangre con sólo escribir estas cifras. Porque es mucho el dolor que hay detrás de ellas. Dolor de quienes sufren la malnutrición y el hambre y de quienes se sienten impotentes para remediarlas. Sobre todo, cuando las víctimas son niños, ancianos y enfermos.Es fácil echar la culpa a Dios y escandalizarse de que permita estas cosas. Pero es más justo y sensato cargar con el peso de nuestra responsabilidad personal y social. Dios ha creado un mundo con recursos sobreabundantes para que a nadie le falte lo necesario para llevar una vida digna. Sobran bienes de producción y de consumo para todos los que vivimos en el mundo y para muchos más. Lo sabemos incluso los que no somos expertos en la materia. ¿Qué ocurre, entonces? Algo muy sencillo: Que los recursos son muy grandes, pero son todavía mayores las injusticias y la corrupción. «La mayor parte de los recursos del planeta se destinan a una minoría de la población». Son también palabras del Papa. Con este esquema, poco o nada se puede hacer. Si unos pocos se apropian de la inmensa mayoría de los bienes, no es extraño que la malnutrición, el hambre, la enfermedad y la muerte se enseñoreen del mundo.Juan Pablo II habló de «pecados que claman al cielo». El hambre de los inocentes y de los niños, cuando se provoca expresamente aunque sea de modo indirecto, es uno de ellos. ¿Cómo no va a clamar al Cielo que un quinto de la población se aproveche del ochenta por ciento de los bienes de la tierra y que se empleen en armamentos y guerras lo que Dios ha destinado a llenar de pan, de cultura, de bienestar las mesas de sus hijos hambrientos?Hay causas estructurales que están ligadas al sistema de la economía mundial. Para ello, es preciso cambiar la orientación del desarrollo mundial, de modo que no sean las leyes del neoliberalismo y del neoindividualismo quienes dinamicen las fuerzas económicas y sociales, sino las de la justicia, la solidaridad y el bien común. Los Gobiernos tienen aquí una enorme responsabilidad. Porque son ellos, quienes con sus acciones y omisiones, más contribuyen a que se trasvasen a las generaciones actuales y venideras problemas que ya deberían estar resueltos. No deberían excluir que pasen a la historia como los responsables de futuras revoluciones violentas. Pues la Televisión lleva hoy a todos los rincones situaciones enormemente diferenciadas y, por ello, irritantes y provocadoras. Junto a los Gobiernos, los trabajadores de los medios de comunicación. Es verdad que tantas veces no les resulta fácil ser veraces y creadores de una sana opinión pública. Porque el neoliberalismo se ha adueñado de ellos. Pero esta dificultad no les exime de su propia responsabilidad.Las familias tienen también unas responsabilidades específicas. Es preciso que inviertan el estilo de vida que impera actualmente. De modo que los hijos y los jóvenes sean educados sin tantos caprichos, con más sobriedad, con menos exigencias de cosas no necesarias, con mayor implicación en los sufrimientos ajenos, con un horizonte donde se valore más a las personas por sus virtudes humanas que por sus posesiones o triunfos.Los cristianos del siglo veintiuno tenemos aquí un panorama tan exigente como apasionante. El «tuve hambre y me disteis de comer», lejos de haberse borrado del evangelio, sigue gritándonos que será uno de los criterios con los que Dios juzgará nuestro paso por la tierra.
Ecología y Ecoética. La crisis ecológica es también un problema actual
Carta de Vicente Jiménez Zamora, Obispo de Osma-Soria
Marzo 2007
El primer libro de la Biblia define al hombre como imagen de Dios. Pero tal definición no convierte al hombre en la instancia delegada de un poder autocrático para abusar de la naturaleza, sino en el garante y custodio de la buena marcha de la Creación. En todo caso, es Dios, no el hombre, el único Señor de la Creación, ante el cual el hombre deberá responder de su gestión y administración.En las encíclicas sociales del Papa Juan Pablo II: Sollicitudo rei socialis (n. 26) y en la Centésssimus annus (nn. 37-38), se habla de que el respeto a la naturaleza reclama la necesidad de una ecología humana, que ayude a entender no sólo la tierra sino también el hombre como don de Dios, y la necesidad de una “ecología social”. El progreso de la técnica y el desarrollo de la naturaleza exigen un cultivo proporcionado de la dimensión moral y ética. La crisis ecológica es un problema también moral. Por eso la Ecología está exigiendo la “Ecoética”.El futuro de la Creación es, además, una invitación a la solidaridad y a la fraternidad. Las cosas creadas pueden convertirse en arma arrojadiza. Pero pueden y deben convertirse en ofrenda y en regalo. Tal modificación de significado no depende del cosmos, sino del hombre que lo habita, lo modifica y le otorga una significatividad. Si el hombre ha nacido del amor y en el amor encuentra su plenitud, la solidaridad humana que el amor genera y orienta pasa también por el respeto a la naturaleza.Nuestra sociedad, a pesar del desarrollo social y progreso económico, sigue generando nuevas formas de pobreza, hombres marginados, a veces, hasta desesperados. Pensemos, por ejemplo, en algunos inmigrantes que vienen a nuestra tierra. Hoy estamos invitados, desde la humanidad, la fe y el amor, a realizar gestos de generosidad, que pongan al servicio de los más pobres, los bienes y recursos que la técnica y el trabajo ponen en nuestras manos, sin miedo a empobrecernos y en aras de un amor solidario y fraterno.Hay que entrar en comunión con la Creación y el Creador a través de la contemplación, la soledad y el silencio. Ese hábito tan necesario en nuestra sociedad tan ruidosa y aturdida. Resulta difícil en nuestra época crear zonas de soledad y espacios de silencio, inmersos como estamos en el trajín de nuestras ocupaciones, en el bullicio de los acontecimientos, en el reclamo de los medios de comunicación social. Por eso encontramos no pocos obstáculos para la paz interior y los pensamientos, que deben caracterizar la existencia del hombre. Es difícil, pero también es posible lograrlo. Nuestra fe cristiana nos enseña a aceptar al Creador como Padre; a los hombres como hermanos; y a vivir el señorío bíblico sobre la Creación y la naturaleza. Es el esquema de un cambio de cultura y de modelo de existencia orientadas por la paz y el amor.
Marzo 2007
El primer libro de la Biblia define al hombre como imagen de Dios. Pero tal definición no convierte al hombre en la instancia delegada de un poder autocrático para abusar de la naturaleza, sino en el garante y custodio de la buena marcha de la Creación. En todo caso, es Dios, no el hombre, el único Señor de la Creación, ante el cual el hombre deberá responder de su gestión y administración.En las encíclicas sociales del Papa Juan Pablo II: Sollicitudo rei socialis (n. 26) y en la Centésssimus annus (nn. 37-38), se habla de que el respeto a la naturaleza reclama la necesidad de una ecología humana, que ayude a entender no sólo la tierra sino también el hombre como don de Dios, y la necesidad de una “ecología social”. El progreso de la técnica y el desarrollo de la naturaleza exigen un cultivo proporcionado de la dimensión moral y ética. La crisis ecológica es un problema también moral. Por eso la Ecología está exigiendo la “Ecoética”.El futuro de la Creación es, además, una invitación a la solidaridad y a la fraternidad. Las cosas creadas pueden convertirse en arma arrojadiza. Pero pueden y deben convertirse en ofrenda y en regalo. Tal modificación de significado no depende del cosmos, sino del hombre que lo habita, lo modifica y le otorga una significatividad. Si el hombre ha nacido del amor y en el amor encuentra su plenitud, la solidaridad humana que el amor genera y orienta pasa también por el respeto a la naturaleza.Nuestra sociedad, a pesar del desarrollo social y progreso económico, sigue generando nuevas formas de pobreza, hombres marginados, a veces, hasta desesperados. Pensemos, por ejemplo, en algunos inmigrantes que vienen a nuestra tierra. Hoy estamos invitados, desde la humanidad, la fe y el amor, a realizar gestos de generosidad, que pongan al servicio de los más pobres, los bienes y recursos que la técnica y el trabajo ponen en nuestras manos, sin miedo a empobrecernos y en aras de un amor solidario y fraterno.Hay que entrar en comunión con la Creación y el Creador a través de la contemplación, la soledad y el silencio. Ese hábito tan necesario en nuestra sociedad tan ruidosa y aturdida. Resulta difícil en nuestra época crear zonas de soledad y espacios de silencio, inmersos como estamos en el trajín de nuestras ocupaciones, en el bullicio de los acontecimientos, en el reclamo de los medios de comunicación social. Por eso encontramos no pocos obstáculos para la paz interior y los pensamientos, que deben caracterizar la existencia del hombre. Es difícil, pero también es posible lograrlo. Nuestra fe cristiana nos enseña a aceptar al Creador como Padre; a los hombres como hermanos; y a vivir el señorío bíblico sobre la Creación y la naturaleza. Es el esquema de un cambio de cultura y de modelo de existencia orientadas por la paz y el amor.
El cambio climático
Carta de Mons. Lluís Martínez Sistach, Arzobispo de Barcelona
Julio 2007
La lucha contra el cambio climático ha sido uno de los puntos destacados de la reunión que celebraron en Alemania, el pasado mes de junio, los ocho países más industrializados del mundo -grupo conocido como el G8-, con la participación también de Rusia. Los ocho países coincidieron en la necesidad de reducir a la mitad los gases contaminantes antes del 2050. Por el momento no se tomaron compromisos concretos, pero se han puesto las bases para comenzar a discutir cómo se ha de hacer esta reducción, según explicó la canciller alemana Ángela Merkel.Evidentemente, los compromisos han sido pocos y a largo plazo, pero hay que tener presente que se ha logrado el compromiso de países como Estados Unidos, que hasta ahora siempre se ha negado a fijar un límite a la emisión de gases. El G8, en esta reunión, también se reunió con los cinco países emergentes más importantes del mundo (China, India, México, Brasil y Sudáfrica) para convencerles de la necesidad de unirse a la lucha contra el cambio climático.Cito estos hechos para recordar que la salvaguardia de la creación es una de las exigencias de la visión cristiana del mundo. Por esto, ha aumentado la sensibilidad de todas las confesiones cristianas ante los problemas planteados por un desarrollo insostenible y para no comprometer el equilibrio ecológico.La doctrina social de la Iglesia ha desarrollado un cuerpo doctrinal sobre el respeto a la naturaleza. Benedicto XVI lo dice explícitamente en su primera exhortación apostólica dirigida a toda la Iglesia: "La fundada preocupación por las condiciones ecológicas en que se encuentra la creación en muchas partes del mundo encuentra motivos de tranquilidad en la perspectiva de la esperanza cristiana, que nos compromete a actuar responsablemente en defensa de la creación".En efecto, como enseña el Santo Padre en este documento, en la relación entre la Eucaristía y el universo descubrimos la unidad del plan de Dios y se nos invita a descubrir la relación profunda entre la creación y la nueva creación, inaugurada con la resurrección de Jesucristo, el nuevo Adán. Porque no podemos olvidar que se da una maravillosa armonía entre el orden de la creación y el orden de la salvación, ya que es el mismo Dios el que crea y el que salva.De todas maneras, como enseñó el Concilio Vaticano II, la esperanza en un cielo nuevo y una tierra nuevas no nos ha de llevar a disminuir nuestro compromiso en favor de este cielo nuestro -la atmósfera terrena- y esta tierra nuestra que para el creyente son un don amoroso de Dios a la humanidad. "La creación -dice también Benedicto XVI- no es una realidad neutral, mera materia que se puede usar indiferentemente siguiendo el instinto humano. Más bien forma parte del plan bondadoso de Dios, por el que todos nosotros estamos llamados a ser hijos e hijas en el Unigénito de Dios, Jesucristo."El tiempo de verano y las vacaciones propician un contacto más intenso con la naturaleza. Para el creyente es una oportunidad para alabar a Dios y admirar la belleza de su obra, no sólo en sus grandes manifestaciones naturales, sino también en las obras más pequeñas, como una flor, una hierba o la policromía de un fruto.
Julio 2007
La lucha contra el cambio climático ha sido uno de los puntos destacados de la reunión que celebraron en Alemania, el pasado mes de junio, los ocho países más industrializados del mundo -grupo conocido como el G8-, con la participación también de Rusia. Los ocho países coincidieron en la necesidad de reducir a la mitad los gases contaminantes antes del 2050. Por el momento no se tomaron compromisos concretos, pero se han puesto las bases para comenzar a discutir cómo se ha de hacer esta reducción, según explicó la canciller alemana Ángela Merkel.Evidentemente, los compromisos han sido pocos y a largo plazo, pero hay que tener presente que se ha logrado el compromiso de países como Estados Unidos, que hasta ahora siempre se ha negado a fijar un límite a la emisión de gases. El G8, en esta reunión, también se reunió con los cinco países emergentes más importantes del mundo (China, India, México, Brasil y Sudáfrica) para convencerles de la necesidad de unirse a la lucha contra el cambio climático.Cito estos hechos para recordar que la salvaguardia de la creación es una de las exigencias de la visión cristiana del mundo. Por esto, ha aumentado la sensibilidad de todas las confesiones cristianas ante los problemas planteados por un desarrollo insostenible y para no comprometer el equilibrio ecológico.La doctrina social de la Iglesia ha desarrollado un cuerpo doctrinal sobre el respeto a la naturaleza. Benedicto XVI lo dice explícitamente en su primera exhortación apostólica dirigida a toda la Iglesia: "La fundada preocupación por las condiciones ecológicas en que se encuentra la creación en muchas partes del mundo encuentra motivos de tranquilidad en la perspectiva de la esperanza cristiana, que nos compromete a actuar responsablemente en defensa de la creación".En efecto, como enseña el Santo Padre en este documento, en la relación entre la Eucaristía y el universo descubrimos la unidad del plan de Dios y se nos invita a descubrir la relación profunda entre la creación y la nueva creación, inaugurada con la resurrección de Jesucristo, el nuevo Adán. Porque no podemos olvidar que se da una maravillosa armonía entre el orden de la creación y el orden de la salvación, ya que es el mismo Dios el que crea y el que salva.De todas maneras, como enseñó el Concilio Vaticano II, la esperanza en un cielo nuevo y una tierra nuevas no nos ha de llevar a disminuir nuestro compromiso en favor de este cielo nuestro -la atmósfera terrena- y esta tierra nuestra que para el creyente son un don amoroso de Dios a la humanidad. "La creación -dice también Benedicto XVI- no es una realidad neutral, mera materia que se puede usar indiferentemente siguiendo el instinto humano. Más bien forma parte del plan bondadoso de Dios, por el que todos nosotros estamos llamados a ser hijos e hijas en el Unigénito de Dios, Jesucristo."El tiempo de verano y las vacaciones propician un contacto más intenso con la naturaleza. Para el creyente es una oportunidad para alabar a Dios y admirar la belleza de su obra, no sólo en sus grandes manifestaciones naturales, sino también en las obras más pequeñas, como una flor, una hierba o la policromía de un fruto.
El desierto del hambre
Carta del Cardenal Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla
Diciembre 2007
Estad dispuestos a dar razón de vuestra esperanza. Así quería San Pedro que se comportaran los cristianos: que expusieran las razones que motivan su conducta. También podemos preguntar a Manos Unidas por las razones que apoyan su campaña anual contra el hambre en el mundo.
Benedicto XVI ha hablado del desierto del hambre, de ese lugar, no sólo donde falta lo más indispensable para vivir, sino lleno de hombres y mujeres hambrientos y condenados a morir por inanición. Aunque nos parezca inconcebible, son víctimas de ese verdugo tan cruel del hambre que acaba con la misma vida de las personas.
Esta situación nos produce vergüenza y es un gran escándalo que irrita hasta la más mínima sensibilidad del hombre. Por eso, buscar el bien de las personas es motivo más que suficiente para emprender cualquier tipo de acción, y tratar de resolver un problema de tan inhumanas dimensiones.
Al acercarnos a ese desierto del hambre, y buscando las causas que originan tanto mal, hemos visto que no son simplemente algunas catástrofes naturales o una situación excepcional, sino que esa epidemia del hambre está provocada por el mismo hombre, efecto de guerras y enemistades entre los pueblos, de injusticias, del mal reparto de los bienes que Dios ha puesto en la mesa de este mundo para que puedan ser alimento para todos.
Es ese mismo clamor de la injusticia el que impulsa a Manos Unidas a poner en marcha unos proyectos, encaminados a que a los hombres y mujeres del mundo les sea reconocido un derecho tan fundamental como es el de vivir, y el de hacerlo con la dignidad que como a personas les corresponde.
Queremos que el asiento de todas las acciones y comportamientos cristianos tengan siempre como base la justicia y el derecho que asiste a las personas. Pero, como cristianos, tenemos también unas sólidas y fuertes razones en la que apoyarnos y que son, al mismo tiempo, el espíritu que ha de definir la identidad de manos unidas como movimiento cristiano.
Hemos visto la situación en la que se encuentran los hijos de Dios. Nuestro corazón se ha conmovido, la misericordia, que es amor cristiano, se pone en camino buscando remedio para tanto mal.
En esos hombres y mujeres hambrientos hemos reconocido el rostro y la vida de nuestro Señor Jesucristo. Él se vistió de nuestra misma naturaleza humana. También con la de los hambrientos de este mundo.
Junto a los proyectos que se proponen, tenemos que poner nuestra oración más confiada. "Danos el pan de cada día". Danos el pan a todos. Y el que más reciba, que nunca se olvide de repartirlo con los que fueron más desfavorecidos.
Son, pues, muchos y muy sólidos y arraigados los motivos que tenemos para emprender, con todo el entusiasmo, una nueva campaña de Manos Unidas. La ayuda de Dios no nos ha de faltar. También el apoyo de nuestra iglesia diocesana.
Con mi bendición.
Diciembre 2007
Estad dispuestos a dar razón de vuestra esperanza. Así quería San Pedro que se comportaran los cristianos: que expusieran las razones que motivan su conducta. También podemos preguntar a Manos Unidas por las razones que apoyan su campaña anual contra el hambre en el mundo.
Benedicto XVI ha hablado del desierto del hambre, de ese lugar, no sólo donde falta lo más indispensable para vivir, sino lleno de hombres y mujeres hambrientos y condenados a morir por inanición. Aunque nos parezca inconcebible, son víctimas de ese verdugo tan cruel del hambre que acaba con la misma vida de las personas.
Esta situación nos produce vergüenza y es un gran escándalo que irrita hasta la más mínima sensibilidad del hombre. Por eso, buscar el bien de las personas es motivo más que suficiente para emprender cualquier tipo de acción, y tratar de resolver un problema de tan inhumanas dimensiones.
Al acercarnos a ese desierto del hambre, y buscando las causas que originan tanto mal, hemos visto que no son simplemente algunas catástrofes naturales o una situación excepcional, sino que esa epidemia del hambre está provocada por el mismo hombre, efecto de guerras y enemistades entre los pueblos, de injusticias, del mal reparto de los bienes que Dios ha puesto en la mesa de este mundo para que puedan ser alimento para todos.
Es ese mismo clamor de la injusticia el que impulsa a Manos Unidas a poner en marcha unos proyectos, encaminados a que a los hombres y mujeres del mundo les sea reconocido un derecho tan fundamental como es el de vivir, y el de hacerlo con la dignidad que como a personas les corresponde.
Queremos que el asiento de todas las acciones y comportamientos cristianos tengan siempre como base la justicia y el derecho que asiste a las personas. Pero, como cristianos, tenemos también unas sólidas y fuertes razones en la que apoyarnos y que son, al mismo tiempo, el espíritu que ha de definir la identidad de manos unidas como movimiento cristiano.
Hemos visto la situación en la que se encuentran los hijos de Dios. Nuestro corazón se ha conmovido, la misericordia, que es amor cristiano, se pone en camino buscando remedio para tanto mal.
En esos hombres y mujeres hambrientos hemos reconocido el rostro y la vida de nuestro Señor Jesucristo. Él se vistió de nuestra misma naturaleza humana. También con la de los hambrientos de este mundo.
Junto a los proyectos que se proponen, tenemos que poner nuestra oración más confiada. "Danos el pan de cada día". Danos el pan a todos. Y el que más reciba, que nunca se olvide de repartirlo con los que fueron más desfavorecidos.
Son, pues, muchos y muy sólidos y arraigados los motivos que tenemos para emprender, con todo el entusiasmo, una nueva campaña de Manos Unidas. La ayuda de Dios no nos ha de faltar. También el apoyo de nuestra iglesia diocesana.
Con mi bendición.
¿Oración para pedir la lluvia?
Carta de Mons. Braulio Rodríguez Plaza,Arzobispo de Valladolid (actual Arzobispo Electo de Toledo)
Octubre de 2005
Sequía tan larga como la que padecemos está resultando una gran calamidad. Necesitamos lluvia abundante para los campos, alimentar las aguas subterráneas y favorecer nuestra salud. ¿Basta con escuchar las previsiones meteorológicas que, por otro lado, no indican que las lluvias estén cerca? ¿Podemos hacer algo más como cristianos? Sin duda. Nuestras comunidades cristianas deben orar insistentemente por la lluvia, pues casi se ha perdido la costumbre de orar públicamente por la lluvia. Se puede, pues, recitar la oración propia para estos casos: “para pedir la lluvia” (Ad petendam pluviam).
¿Cómo se puede entender esta petición en una sociedad nuestra tan secularizada? ¡Es problema de la sociedad secularizada!, pero no hay absolutamente ninguna razón que justifique que los creyentes no acudan y supliquen a Dios para que llueva en tiempos de sequía. El creyente reconoce así su indigencia y su incapacidad para salir de ella: confía, al menos implícitamente, que sólo Dios puede salvarlo, aunque él pueda muchas cosas. Con ese reconocimiento se pone el creyente, por lo tanto, en la verdad. Y eso es mucho, pues el creyente se acepta a sí mismo en su indigencia radical y acepta a Dios como el único que puede remediarla.
¿No estaremos de este modo volviendo a un estadio de la fe ya superado? ¿No estaremos confiando en la magia o en ritos indignos del que cree en Dios? En absoluto: nuestras oraciones –e incluso los ritos que las acompañan y sostienen– no fuerzan a Dios a concedernos lo que pedimos en ellas. Una cosa es la magia y otra, muy distinta, es la oración que nace de la fe. La magia pretende apoderarse de Dios y poner su poder al servicio de las necesidades y caprichos de quien la practica. La oración cristiana se contenta con exponer a Dios el deseo o la necesidad, confiando en que Él cumplirá o remediará cómo y cuándo su amor lo disponga. La magia tiene como raíz la voluntad de poder y dominio; la oración cristiana, en cambio, viene de la entrega confiada al Señor, a quien sabemos que nos quiere.
Así que en nuestras necesidades y angustias hemos de acudir a Dios. Por mucho que podamos intervenir en el curso de las cosas por la ciencia y por la técnica, siempre hay algo en la realidad que se nos escapa. Otra cosa es orar para que llueva a nuestro antojo y a la vez dilapidar tontamente el agua, como hemos podido hacer muchas veces. Sin duda que todos hemos de cooperar a un desarrollo sostenido y a un equilibrio ecológico; también debe crecer entre nosotros la responsabilidad personal y de los poderes públicos en cuidar globalmente del planeta Tierra, rebajando los índices de contaminación, y de no consumir desmesuradamente como si la naturaleza nunca fuera afectada. Todos somos responsables de la Tierra y de las alteraciones innecesarias que más pronto o más tarde se vuelven contra nosotros.
Invito, pues, a cada uno en particular y a las comunidades cristianas a orar pidiendo al Señor la lluvia, que pensamos es necesaria, y confiando en Él, que conoce mejor que nosotros lo que nos hace falta: «Tú cuidas de la Tierra, la riegas y la enriqueces sin medida. La acequia de Dios va llena de agua» (Sal 65,10).
Octubre de 2005
Sequía tan larga como la que padecemos está resultando una gran calamidad. Necesitamos lluvia abundante para los campos, alimentar las aguas subterráneas y favorecer nuestra salud. ¿Basta con escuchar las previsiones meteorológicas que, por otro lado, no indican que las lluvias estén cerca? ¿Podemos hacer algo más como cristianos? Sin duda. Nuestras comunidades cristianas deben orar insistentemente por la lluvia, pues casi se ha perdido la costumbre de orar públicamente por la lluvia. Se puede, pues, recitar la oración propia para estos casos: “para pedir la lluvia” (Ad petendam pluviam).
¿Cómo se puede entender esta petición en una sociedad nuestra tan secularizada? ¡Es problema de la sociedad secularizada!, pero no hay absolutamente ninguna razón que justifique que los creyentes no acudan y supliquen a Dios para que llueva en tiempos de sequía. El creyente reconoce así su indigencia y su incapacidad para salir de ella: confía, al menos implícitamente, que sólo Dios puede salvarlo, aunque él pueda muchas cosas. Con ese reconocimiento se pone el creyente, por lo tanto, en la verdad. Y eso es mucho, pues el creyente se acepta a sí mismo en su indigencia radical y acepta a Dios como el único que puede remediarla.
¿No estaremos de este modo volviendo a un estadio de la fe ya superado? ¿No estaremos confiando en la magia o en ritos indignos del que cree en Dios? En absoluto: nuestras oraciones –e incluso los ritos que las acompañan y sostienen– no fuerzan a Dios a concedernos lo que pedimos en ellas. Una cosa es la magia y otra, muy distinta, es la oración que nace de la fe. La magia pretende apoderarse de Dios y poner su poder al servicio de las necesidades y caprichos de quien la practica. La oración cristiana se contenta con exponer a Dios el deseo o la necesidad, confiando en que Él cumplirá o remediará cómo y cuándo su amor lo disponga. La magia tiene como raíz la voluntad de poder y dominio; la oración cristiana, en cambio, viene de la entrega confiada al Señor, a quien sabemos que nos quiere.
Así que en nuestras necesidades y angustias hemos de acudir a Dios. Por mucho que podamos intervenir en el curso de las cosas por la ciencia y por la técnica, siempre hay algo en la realidad que se nos escapa. Otra cosa es orar para que llueva a nuestro antojo y a la vez dilapidar tontamente el agua, como hemos podido hacer muchas veces. Sin duda que todos hemos de cooperar a un desarrollo sostenido y a un equilibrio ecológico; también debe crecer entre nosotros la responsabilidad personal y de los poderes públicos en cuidar globalmente del planeta Tierra, rebajando los índices de contaminación, y de no consumir desmesuradamente como si la naturaleza nunca fuera afectada. Todos somos responsables de la Tierra y de las alteraciones innecesarias que más pronto o más tarde se vuelven contra nosotros.
Invito, pues, a cada uno en particular y a las comunidades cristianas a orar pidiendo al Señor la lluvia, que pensamos es necesaria, y confiando en Él, que conoce mejor que nosotros lo que nos hace falta: «Tú cuidas de la Tierra, la riegas y la enriqueces sin medida. La acequia de Dios va llena de agua» (Sal 65,10).
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